La conjunción de esos
aspectos, hoy hace el escenario incongruente del que nadie quiere tocar como
aspecto real de la situación social, económica y política venezolana.
Porque ante el señalamiento,
el sector oficial huye en la tangente de la paz y la sociedad en el enredo del
liso y heterogéneo planteamiento socialista, solicita salidas reales a las
demandas económicas, mediante mejoras de políticas que ayuden a tranquilizar a
la gente; que en una gran mentira, conjeturan en la ineficiencia que falla en
la solución que atenúa como esperanza para mendigar confianza para la
institución oficial.
Eso, si se toma en cuenta el
gasto de un billón de dólares, según cuenta oficial, para llegar a la tarjeta
de racionamiento después de 12 años de revolución, sin incluir los dos millones
de viviendas que debieron construirse y los miles de kilómetros de carreteras y
puentes, cómo los del transporte rápido urbano y ferrocarrilero que apenas
alcanza el 25% de construcción de la primera etapa de la meta invertida.
Esa es la trampa engañosa
que se construye para evitar aceptar, qué el país ha fracasado como sociedad
organizada y con guáramo alguien debe decirlo.
Llegamos a la debacle y no hay de
qué hablar sobre medidas espasmódica.
La
sinceridad, honestidad, es la actitud que nos conducirá a reflexionar la
solución.
Se requieren
recursos frescos y el mundo no se meterá la mano en el bolsillo para echarlo en
el pantano dónde estamos.
Porque
la economía ficticia de la fábrica de billetes, lo que ha hecho es un gran
canal para perseguir los dólares y hundirnos en una inflación espantosa.
Ahora
es el momento de un poco de amor a la verdad para estabilizar las emociones.
El
fracaso puede ser el punto de partida, si se acepta con honestidad.
La
salida es a recomponer la organización social democrática que se hizo anacrónica.
Es el
momento de la sinceridad y de las voluntades idóneas para que se constituya un
organismo constitucional e integrador, como la Asamblea
Nacional Constituyente,
conformada por ciudadanos que sean electos por una institución manejada cristalinamente
por quienes ofrezcan estabilidad emocional.
Solo
así, el flagelo que ha creado la mentira, como dinamizador de la corrupción, pueda
eficazmente obviarse para alcanzar la confianza que permita la llegada de
recursos mediante planes de reconstrucción a corto y mediano plazo.
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